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Estrés: Entenderlo para superarlo

 En general lo que conocemos como estrés no es más que un mecanismo natural del organismo que, por estar preparado para otra cosa, falla. Es una de las cosas que nos hace recordar que somos animales y que el confort de la vida moderna y la tecnología no van siempre ligados a una mejor salud.
CCAB. Mass Consumption. April 2010. Es indudable que el hombre nació salvaje, y como tal debería estar preparado para la lucha y la huida, como lo describiera Cannon en 1929. Sin embargo en el contexto habitual, donde la amenaza no son otros animales depredadores u otro hombre salvaje, sino un vencimiento bancario, una mala noticia o un enojo por expectativas frustradas, las posibilidades de luchar o huir no resultan socialmente adecuadas.

Es así como se ponen en marcha una serie de mecanismos que involucran al cerebro y otros órganos que producen liberación de sustancias en el organismo. Estas sustancias que así liberadas tienen sentido en una situación adecuada y con una respuesta acorde, si cambia el contexto -o la situación se mantiene- se produce finalmente un daño en el organismo.

Así fue como a través de diversas investigaciones Hans Selye, un médico húngaro que trabajaba en la universidad de Mc Guill, en Canadá, describió el llamado Síndrome General de Adaptación en el año 1935. En sus investigaciones Selye, en autopsias de ratas sometidas experimentalmente a situaciones de estrés, evidenció la presencia de úlceras gastroduodenales, hipertrofia de las glándulas suprarrenales y signos de atrofia en el timo, bazo y otros órganos linfoides.

Esta fue la primera puesta en evidencia de los efectos deletéreos del estrés en animales. Evidentemente las autopsias en estas ratas estaban diciendo algo. Y ese algo tenía que ver con la liberación de sustancias como el cortisol que puede generar esos efectos.

Es claro que estas consecuencias no aparecen de un día para otro, así como el estrés, en su “Síndrome General de Adaptación”, transita por diversas fases conocidas clásicamente como de alarma, resistencia y agotamiento. Someramente estas fases corresponden primariamente a la liberación de adrenalina, cortisol y finalmente al agotamiento de las reservas de sustancias que permiten adaptarse.

Lo anterior es una descripción minimalista de los marcadores humorales que se ponen en juego. Son muchos los neurotransmisores, hormonas hipotalámicas, hipofisarias, suprarrenales y otras que se activan. Por eso, sin detallar sus mecanismos, el estrés puede contribuir al desarrollo de enfermedades cardíacas y cerebro-vasculares, hipertensión, úlceras pépticas, inflamaciones intestinales y problemas osteo-musculares.

Además las evidencias sugieren que el estrés altera las funciones inmunológicas, facilitando posiblemente el desarrollo del cáncer. Los problemas de ansiedad, depresión, alteración de la libido, con las disfunciones sexuales concomitantes, y consumo de sustancias como alcohol y drogas van claramente asociados al estrés.

¿Qué pasa con el estrés en el mundo simbólico de la civilización? Para Lazarus y Folkman (1984), el estrés se produce como una relación entre el individuo y el entorno. Ante una posible amenaza, el individuo evalúa las posibilidades de afrontarla con lo que cuenta. Y es ahí donde aparece uno de los problemas principales.

Un optimista puede ver a cualquier situación de alarma como algo superable. Para un pesimista, toda alarma es una amenaza en ciernes. Ambos extremos pueden ser peligrosos, aunque en el mundo real rara vez esto es así.

De todas formas, esta es una primera pista en el abordaje del estrés. No buscar situaciones que no podamos afrontar por un lado, y apuntalar nuestros recursos de afrontamiento por el otro. Cuanto más recursos reclutemos, más fuertes seremos y por ende menos y vulnerables. Tampoco vale la pena exponerse a problemas innecesarios. Decir no, o simplemente no buscar complicaciones, son ejemplos de prudencia.

Pero claro, en el mundo que nos toca vivir, de información, de ideas, un mundo simbólico, rara vez una amenaza es una tormenta o un animal salvaje. Por eso, aquí vale la pena detenerse en un algo no menor. Gran parte –o la mayor parte- del estrés es autoinducido. No son las amenazas externas sino nuestros propios pensamientos los que nos exponen a estas situaciones. Una visión tremendista, preocuparnos por cosas que difícilmente sucedan o valoraciones erróneas sobre los hechos o sobre las personas pueden ser algunos ejemplos.

Esto último también cuenta con un abordaje específico y tiene que ver con todo aquello que nos ayude a pensar, a reflexionar, a sentirnos escuchados, a compartir y validar nuestras ideas. Prácticamente todas las corrientes psicoterapéuticas han tratado implícita o explícitamente de reducir el estrés de esta manera. Y seguramente no existe una receta única, y aún en una misma persona las necesidades pueden ser diferentes a lo largo de su historia personal.

De todas formas, vale la pena tener en cuenta que aún somos animales. Sofisticados, pero animales al fin. Y, también, tener presente que si bien es imposible no tener problemas, no hay por qué vivir permanentemente estresados. Vale la pena pedir ayuda, a amigos, familiares, terapeutas, religiosos o quien creamos que nos pueda dar una mano.

El juego consiste en transformar amenazas en desafíos que nos puedan ayudar a lograr una vida más plena y que consoliden nuestras fortalezas y nuestra madurez como personas.
http://www.ccab.com.ar/portals/0/newsletter/news121/stress.html
Carlos Martínez Sagasta
Profesor Asociado de Epidemiología
Universidad del Salvador

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