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Por qué pasa lo que pasa.

Por Carlos Martínez Sagasta

Fumar, comer hidratos de carbono, tomar alcohol o café, son respuestas a “mensajes” que envía el cerebro para encontrar un equilibrio, adaptarse a presiones o necesidades, o simplemente responder a mandatos genéticos.
Nuestro cerebro “sabe” que con estas cosas puede modificar los niveles de dopamina, noradrenalina, serotonina, GABA, endorfinas y otras moléculas que actúan como neurotransmisores.
Es por eso que algunos antidepresivos, por ejemplo, pueden hacer subir o bajar de peso, o reducir la necesidad de fumar. En definitiva, todo converge en una serie compleja de circuitos neuronales que son activados o inhibidos.

A pesar de los adelantos tecnológicos, no logramos vivir bien. Debemos adecuarnos cotidianamente a situaciones que requieren un esfuerzo adaptativo. Y estos “mensajes” no tardan en aparecer.
Como si eso fuera poco, no sólo nuestra conciencia sufre estos embates, sino que el cuerpo termina también pagando las consecuencias del sedentarismo y las tensiones –y reclama lo suyo.

El estrés y como lograrlo

Richard Lazarus, un investigador norteamericano, postuló algo muy interesante. Ante una situación de alarma, existe una evaluación primaria (de qué se trata la amenaza) y una secundaria (con qué recursos cuento para afrontarla). Esta última, es la clave de la génesis del estrés. El que se siente fuerte lo toma con un desafío y se fortalece aún más si sale airoso. El que no, puede verlo realmente como una amenaza y vivir una situación displacentera y negativa. Esto puede pasar, en pequeña escala, decenas de veces por día. Y afectar nuestra salud. De todas formas, no hay “fuertes absolutos”. Hay toreros o paracaidistas que pueden sentir miedo de hablar en público.

La clave para estar bien

Comprender qué es lo que pasa en nuestro cuerpo y en nuestra mente puede ayudarnos a resolver problemas para enfrentar las amenazas, a identificar estrategias  para encontrar un equilibrio que no ponga en riesgo nuestro tejido graso, nuestros pulmones o nuestro hígado.
Entre los típicos consejos  para mejorar la calidad de vida se encuentran algunos como “no fume”, “duerma ocho horas”, “coma más frutas, verduras y pescado”.  Son todos tan incuestionables como conocidos. Pero poco de eso termina pasando. Está todo hecho para que estas premisas no se cumplan.
Si usted deja de fumar, puede notar que le falta energía, que se siente más lento, que se deprime y otras tantas cosas. Entonces le recetan parches de nicotina, bupropión o vareniclina y se siente mejor, o “normal”. En realidad, el cigarrillo no sería tan malo por la nicotina, sino por el alquitrán. La nicotina, como la cafeína, en dosis adecuadas y en el momento apropiado, pueden ayudar a mejorar nuestra atención, memoria o capacidad de análisis. Si existe adicción o las dosis son exageradas, la situación se complica.
Los productos “herbales” no son tan inocentes como se piensa, al igual que el tabaco o el café, contienen sustancias que actúan en la química del cerebro. Sólo que las hierbas tienen mejor prensa que las pastillas en determinados grupos.
Aún hoy, uno puede encontrar psicoterapeutas ortodoxos, renuentes a los psicofármacos, que toman café y fuman para mejorar su lucidez y toman vino de noche para conciliar el sueño.  Todo natural. La cafeína, la nicotina y el alcohol son psicofármacos, vale la pena recordarlo.
Es curioso ver cómo un mismo fenómeno, cuando afecta aparatos distintos es visto de diferente forma. Si a alguien le sube la presión ante una situación estresante, es visto como algo lógico. Si tiene un colon irritable, al sujeto se le endilga un problema emocional. Es así.
Los betabloqueantes sirven para reducir la presión y bajar el ritmo cardíaco, actúan sobre los receptores beta de las fibras nerviosas simpáticas. En definitiva resuelven un problema de neurotransmisión a nivel cardíaco. Si alguien toma betabloqueantes para bajar la presión, está todo bien.
Ahora, si lo mismo ocurre por un déficit de serotonina a nivel central y el individuo toma un antidepresivo…hmmmm…, algo anda mal. Más curioso aún, es que además, los tranquilizantes no son tan mal vistos como los antidepresivos. Pareciera que la ansiedad es más tolerada socialmente que la depresión. Esto no le hace nada bien ni a los ansiosos ni a los que están deprimidos.
La clave para estar bien es, en definitiva, comprender lo que nos pasa, encontrar el mejor camino posible para modificar nuestros estilos de vida y aceptar que, hoy por hoy, nuestros genes y el medio social, no nos la van a hacer tan fácil.

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